lunes, 12 de agosto de 2019

Luna

Franco había fumado tres cigarrillos en el camino y un par más cuando estaba esperando frente a la plaza. También bebió cuatro cervezas a una velocidad supersónica, buscando que los nervios bajaran y le dejaran de sudar las manos. Durante la espera, después de escuchar el llamado de aviso de Luna, se dedicó a pensar en el patético discurso que había preparado para la ocasión; discurso que, dicho sea de paso, escribió en caso de que las estaturas fueran abismales.

La manera en que Franco y Luna se conocieron fue sui generis. Franco venía saliendo de un letargo enorme de años, que le impedía mantener algún tipo de relación sentimental. De hecho, no quería tenerla. Las oportunidades para entablar algún tipo de noviazgo fugaz( eufemismo de relaciones casuales, basadas en sexo y un par de citas, que a Franco le parecía correcto utilizar), eran demasiadas para un hombre en su situación. Pero Franco parecía no inmutarse, no le importaba lo que dijera su familia ni la gente, él estaba metido en esa rueda de la fortuna que significaba: trabajo, hijo y llorar como un estúpido en cada borrachera que se ponía atrincherado en su cuarto, mientras miraba antiguas fotografías en la computadora y escuchaba esas power ballads que se habían convertido en una penitencia.

Por otro lado, Luna era una incógnita. La mujer era hermosa en las fotografías y por medio de la pantalla que los había comunicado por escasos días. La voz encerraba una ternura enorme, aunque ciertas maneras y palabras, hacían saber que de tierna no tenía nada. Pero, lo más extraño, fue la manera en que se encontraron en un refugio de solitarios y depravados digital. Aquel encuentro era, más bien, una increíble coincidencia. 

Al cabo de los minutos, Franco veía pasar los coches y utilizaba su mirada más intimidatoria, creyendo que  esa actitud iba a provocar que  las piernas dejaran de temblar. Escuchó el modelo y el color del auto; sin embargo, miraba todos como queriendo acelerar la llegada y acabar decepcionado o entusiasmarse lo más rápido posible.

Franco usaba una indumentaria verde que, parecía más de una fiesta de niños en un jardín que la de una primera cita en la que buscaba generar una buena impresión. Hacía una truculenta demostración pública de cómo secarse el sudor de las manos y evitar que las piernas se le doblaran. Caminaba hacia todos lados arrastrando los pies y fumaba a destajo. Debió reconocer, ante sí mismo, que estaba a la expectativa de una situación que esperaba favorable.

Llegó el Vento color azul. Miró hacia adentro, de reojo, y pudo ver una silueta justo como la imaginaba: gigante. La silueta se movía apresurada y abrió la puerta.

Del auto descendió una torre de piel blanca como el marfil; espigada y de rasgos finos. Expresó una sonrisa entre nerviosa y burlona. La imagen fue de lo más bella. Luna sonreía, miraba hacia el suelo y se acomodó los lentes. La sonrisa le marcaba las comisuras de la boca y sus ojos denotaban que estaba, en cierto modo, contenta pero sorprendida. Su vestimenta completamente negra contrastaba con el color de su piel, razón que hacía resaltar en ella, sobretodo, los numerosos lunares que adornaban su rostro. Movía sus prominentes caderas con delicadeza y sonreía hacia el suelo, movía su sedosa cabellera negra, que le llegaba a la mitad de la espalda y se encogió de hombros. Vaciló antes de pararse firme frente a Franco. 

Franco sintió una punzada en el pecho. La miró y supo, desde ese instante, que estaba entregado. Se saludaron de un tímido beso en la mejilla. Franco miró hacia cualquier lado buscando dónde esconderse debido a su baja estatura. Se sentía como un turista mirando la estatua libertad o un enano en su vida diaria. Luna no fue humillante y mostró empatía ante la inseguridad y derrota de Franco. Mientras que él pensó: "Jamás me dio miedo pelearme contra nadie, sin importar el tamaño; ahora, a ella no la puedo ni mirar".

La conversación fue de lo más light y sencilla. Decepción de ambos lados, pero cordial.

-¿Por qué no quieres verme?- Dijo Luna, con una sonrisa burlona en la boca.

-Soy un enano, no mames- respondió Franco con decepción, sin dirigir el improperio hacia ella.

Caminaron con rumbo hacia un bar dentro de una plaza; sin embargo, las estúpidas de seguridad les negaron el acceso. Esta situación los llevó a salir y tomar un taxi sin rumbo. Durante el "viaje" se dijeron pocas palabras,  sólo se limitaron a buscar un lugar para poder sentarse a platicar. Les negaron la entrada en un par, hasta que llegaron a un lugar en el que todos vestían de negro y de fondo sonaba algo que a Franco le parecía familiar.

Se sentaron y ordenaron cerveza; 20 para ser exactos. Pasaron unos segundos antes de que alguno de los dos rompiera el hielo. Luna lo intentó, pero no tuvo éxito.  Franco sabía que esa era la única oportunidad que tendría, así que recordó al siempre efectivo Woody Allen.

Se levantó y pidió a la mesera tres hojas y una pluma. Se cercioró de que pintara y de que se vieran bien las letras. Comenzó:

"¿Hola, cómo estás?"

Luna no tenía ni idea de lo que sucedía, sonreía porque, tal vez, sentía un cambio en Franco que, de manera súbita, había tomado confianza por medio de las palabras escritas.

"Bien y tú?" 

Contestó ella, con mucha mejor letra y una sonrisa entre burlona y apenada.

"También muy bien. Pero, no pensé que fueras tan alta, en serio."

Luna soltó una carcajada, mientras la mesera destapó la segunda cerveza de Franco, al tiempo que sonaba Hell Patrol de Judas Priest, entonado por una decente banda de covers y la gente cantaba. Luna seguía riendo. Contestó pasado casi un minuto.

"Te lo dije, soy una gigantona."

Lo hizo de la manera más pulcra posible, pues los símbolos que escribió Franco sólo eran comprensibles después de un par de tragos. Eso sí, siempre sonriendo.

Franco lo leyó con ganas de soltar una carcajada. La miró y escribió...

"Mira, sé que nuestra diferencia de estaturas es bastante; sin embargo a mi no me molesta ni me causa ningún conflicto. ¿A ti?

Luna sonrió, casi carcajeó, cuando leyó la nota. Pensó un momento. Sonrió. Escribió.

"A mi tampoco"

Franco sintió un alivio que lo regresó a su cuerpo y le dio la confianza suficiente para continuar. Lo siguiente, fue, observarla a fondo.  EL problema fue que no solo comenzó a observarla, comenzó a sentirla. Se le vinieron a la mente mil cosas, entre ellas una necesidad de darle un abrazo. Franco sabía que esa sensación le parecía conocida.

La noche transcurrió con risas, anécdotas y revelaciones muy personales. Todo cambió al segundo cigarro.

Para cuando Luna y Franco salieron por el segundo cigarrillo, que, más bien, se convirtió en el sexto, las palabras fluían con naturalidad. Franco usó un escalón para quedar a la misma altura que Luna, que parecía no haber reído tanto en mucho tiempo.

La geometría de ambos era asimétrica desde todo contexto y punto de vista; sin embargo, conforme pasaban las palabras ambos se habían acercado demasiado, casi hasta tocarse. La noche era unánime y los pocos carros que pasaban y los hombres de seguridad del bar parecían no verlos. Pasaron desapercibidos para el mundo. Franco comprobó con asombro que la expresión que veía en Luna era la de alguien que esperaba que quien estaba frente a ella tomara la iniciativa.

La disyuntiva de Franco era el ser atrevido o respetuoso. Al final, sin quererlo, el equilibrio lo hizo atrevido. Franco se acercó a ella, casi hasta besarla, lo pudo haber hecho, se dió cuenta, pero prefirió la cortesía.

-¿Puedo besarte?- lo dijo casi susurrando, para que el aire lo acompañara hasta sus oídos.

-Sí.- respondió Luna y no pudo hacer más nada.

Por lo regular el primer beso entre dos personas es algo desordenado. Cada quien tiene su forma, su volumen, sus movimientos. Suele ser más parecido a una jauría de hienas peleando por la comida,  que a otra cosa. Este caso fue diferente. Franco la tomó de la nuca y comenzó a besarla y acariciar su mejilla izquierda. El beso pareció algo conocido, un ensamblaje de piezas de rompecabezas que se unían de forma perfecta. El tiempo que duró fue significativo, porque se separaron sólo para respirar, mirarse y continuar con esa danza de labios y lengua tan perfecta como una coreografía de ballet ruso. 

Franco cuando se separó de ella la miró a los ojos y le acarició la mejilla. Comprobó con asombro que la paz que sintió en ese momento fue algo indescriptible y pensó en la palabra "mágico", que solo había utilizado un par de ocasiones antes. Luna se veía divertida, pareció que lo había disfrutado. Se empeñó en seguir sonriendo sorprendida por lo que había hecho.

La noche continuó muy divertida, con ambos confesando singularidades de su personalidad y secretos que, tal vez, no eran para una primera cita. Fueron expulsados del bar y tomaron un taxi camino a casa de Luna.

Cuando llegaron ahí, todo se deformó en Luna llorando por un hecho del pasado y en Franco que intentaba calmarla. Lo logró. Se despidieron. Luna exigía una prueba a Franco de llegada a su casa, mientras él le decía que sí, mientras se subía al taxi.

Cuando Franco se subió al taxi, miró la noche que abrazaba a la ciudad. La contempló impoluta, rígida, tal vez melancólica y la relacionó con su vida. Pensó en todo el tiempo que había reprimido esas ganas de amar, todo por pagar una penitencia emocional que no iba a resolver nada, y que el único que sentía era él. Reflexionó en para qué había servido tanta flagelación, tanto sufrimiento, los millones de litros de lágrimas derramadas por una mala decisión y un amor perdido que, dicho sea de paso, no merecía ni una sola. Franco se dio cuenta que esa noche obscura era su vida. Sin embargo, vio una brillante luz a su derecha, que le daba un aire de bohemia a la obscuridad, que le inyectaba vitalidad y la convertía en algo hermoso de contemplar. En ese momento Franco se dio cuenta de que la noche que era su vida había encontrado una luz de esperanza, convertida en una mujer 15 cm. más alta que él. Y sí, como una casualidad increíble, las que generan la luz, las que inyectan vitalidad y devuelven un poco de vida a lo que parece no tenerlo, las dos llevan el mismo nombre: Luna