viernes, 25 de abril de 2014

La pelota vs La vida

Las malas noticias llegan en todo momento, prueba fehaciente de que el destino no tiene palabra de honor. Tenía pensado escribir otra cosa, pero, ésto fue lo que pasó...

Un día de vacaciones normal, nada extraordinario; sin embargo, salí a la tienda a comprar unos cigarros, cuando se me acercó un conocido para informarme de la muerte del mejor jugador de futbol que había visto en mi vida - omitiré el nombre por respeto-. 

Lamenté el hecho. Pensé mucho. Tomé mi balón de futbol, que tenía tiempo que no tocaba. Respiré lo más profundo que pude y comencé a recordar... A recordarlo a él. A ese joven delgado, de tez morena y con un cabello lacio que invitaba a burlarse de él. 1.75m de estatura, con piernas muy largas. Con una cara y sonrisa simpáticas, aunque mirada desangelada la mayoría del tiempo. Sólo cuando estaba en la cancha tenía el porte de figura, mirada retadora y personalidad respetable.  Y bueno, imposible olvidar esa número 10 que se le dio en todos los equipos en los que jugó, en honor a su ídolo, al francés que sólo utilizaba el número de honor con la selección gala. 

Llegó a mi mente el momento en el que entrenábamos juntos. Cuando el único que no podía faltar en los partidos, era él. Cuando le pusieron Riquelme, en honor al gran Román. Y, por supuesto, aquel momento del ofrecimiento de América, el cual rechazó, momento en el que jamás olvidaré las palabras que pronunció: " Los mandé a chingar a su madre, carnal. Yo ya tengo trabajo". 

Lamentablemente lo tenía. Él, al igual que yo, vivimos en un lugar maldito, en el que sólo hay dos caminos: en el que te respetan por ser un animal y te condenan por querer buscar algo diferente. Muchos fuimos por el mismo sendero hasta la llegada de aquella cuchilla, ésa que definía el papel que jugarías en tu vida, ésa que emancipa o encarcela. Y él decidió tomar el camino más sencillo. 

Recordé, cómo un nítido sueño, la vez que conocí su casa. Aquella ocasión en la que caminamos después del partido por los callejones resbaladizos después de la lluvia, con la humedad de la noche impregnando el aire como compañera hasta llegar a su casa, una casa espectral. 

Una fachada de color naranja rodeada por láminas que hacían las veces de "paredes"en las otras tres caras de aquel cuadro semiperfecto que enmarcaba la propiedad. Con una antena televisiva tan grande que parecía un árbol dentro de la casa. En ese lugar se avergonzó de su vida, se enojó con la misma y maldijo al dios que yacía en su pecho en forma de plata, sólo para decirme que haría lo que fuera, mientras pudiera, para salirse de ese "cuchitril" al que llamaba casa. 

Me consternó en demasía su actitud. Una muestra de odio y de resentimiento hacia lo que le tocó como vida, un rechazo agobiante, que me llevó a agradecer lo que tenía. Todo eso sentí mientras él me sofocaba con su monólogo de "la vida perfecta". 

Poco después lo vi en una motocicleta, con ropa de marca y los tenis de moda entre los habitantes del barrio,  con una altivez que jamás había mostrado y un semblante de autoridad sobre quien lo mirara. Se detuvo a saludarme y me miró como diciendo: "Ya viste, ya lo conseguí". Me dio gusto ver una sonrisa; sin embargo, el arma que colgaba de su cintura me llamó la atención , y pregunté: ¿ Y eso ?  La respuesta fue contundente: "Ya sabes cabrón, ahora me tengo que cuidar. 

Fue cuando me di cuenta de lo que había pasado, de la elección que había hecho. Él, había decidido vivir el peligro, sentir la adrenalina.Había decidido vivir con tiros en la obscuridad y un ojo cerrado, había decidido liberarse de la asfixia de la miseria, a costa de lo que fuera, que iba a reclamar su derecho de haber nacido en un lugar que no era para él. En ese momento vi la ironía, aquél que tenía una gran velocidad para dejar rivales sembrados en el campo, no la había sabido controlar y chocó de frente contra el muro de la vida. 

Yo creí que eso era lo que él tenía que hacer, que lo había hecho por su familia. Lo entendí por un momento y me identifiqué con él, sólo en eso de no temer a la muerte, sólo tener miedo a no intentarlo nunca. Aunque después, en mi cabeza encontré lo que había pasado: había sido seducido por el más grande vicio del mundo, sí, ése que convierte a amigos en enemigos, que destrona las relaciones más sólidas, que hasta obliga a las estrellas a separarse, el dinero. 

Al final, aunque duela decirlo, tuvo lo que merecía. Después de brillar en ligas llaneras, de hacer lo que parecía sólo para jugadores profesionales, de reunir a un barrio únicamente para verlo jugar, tan sólo a los 15 años. Lo más increíble, fue que de esa persona con chispa y carisma para jugar y vivir, sólo queda una cruz y una foto al lado de ella junto a la misma casa en la que antes vivía. Una tragedia clásica incrustada en el mundo moderno, marcada por un exceso de inteligencia, que fue perfecto para las canchas, pero no para la vida. 


A veces se gana y a veces se pierde en esa batalla, la de La pelota vs La vida.