sábado, 21 de junio de 2014

Gracias, campeón.

Mañana soleada. Indescriptible brisa matinal que refrescaba la ira de Ra, Helios o como quieran llamarle. El lugar: una cancha de fútbol; en medio de una ciudad camaleónica, así como enigmática. En la cancha transcurría el minuto 78 de un partido a 80( sí, los jóvenes juegan a 80) . Raúl conducía el balón por la banda, sin nadie que lo acompañara debido al cansancio, por lo que buscó retener el balón hasta que se acabara el encuentro; ganaban 2 a 1. "Garrincha", como le puso su abuelo en honor al brasileño de los sesenta por su endemoniado regate, esquivó un par de patadas para poder avanzar.

Raúl llevó el balón hacia el cuarto de círculo que marca el tiro de esquina. Probablemente, los defensas le darían una patada o estrellaría el balón en ellos para que se acabase el tiempo. En el momento en que tomó posición para cubrir la pelota, como lo hacían Riquelme y Cuauhtémoc, miró hacia un costado. Ahí, sentado en las gradas, se encontraba su padre, Don Saúl. Un señor de 47 años acabado casi totalmente por el cáncer. Vestía una playera de Francia, jeans de color azul bastante ajustados, piel blanca como el marfil y ojos del color del pan de jengibre. Aunque lo que más se notaba era el cansancio y la poca energía que le quedó después de la quimioterapia de tres días antes. Don Saúl miró a su hijo con ternura y emoción, como si fuera la primera vez que lo hubiera visto, con ese orgullo que provoca tener en tu familia a la mejor de las personas.

"Garrincha" se quedó atónito al ver la mirada de su padre. Una neblina xalapeña lo envolvió y, súbitamente, su inercia lo abandonó por un momento. Quería abrazarlo, agradecerle los más felices momentos de su vida y dormir en su regazo como en los viejos tiempos. Sin embargo, un par de bestias buscando su presa se acercaban a él para arrebatarle el juguete que más amó en toda su vida.  Su padre no podía gritar, ni hablar, pero con sus efusivos labios alcanzó a pronunciar unas palabras que Raúl leyó en ellos, o bien, que el viento se encargó de llevar a sus oídos: ¡Dale, campeón! ¡Demuéstrales que eres el mejor, hijo! ¡Dame algo para recordar toda la eternidad!

Después de las palabras de su padre y de derramar millones de lágrimas en el interior de su alma, las visiones de Raúl se volvieron atrás. Meses atrás.

Raúl regresaba de la escuela como todos los días, a las catorce horas, para hacer su tarea y después ir a entrenar. Esa tarde era especial, porque su padre había ido en la mañana a hacerse unas pruebas médicas debido a un fuerte dolor en la garganta. Su madre, Doña Lety, minimizó el asunto para no preocupar a nadie;en realidad, para no preocuparse. Sin embargo, el pronóstico no era bueno. Don Saúl fumó 35 cigarros al día durante 32 años y había tenido dolores en el pecho y en la espalda, además de frenéticos ataques de tos que le impedían, siquiera, subir las escaleras de su casa sin agitarse.

El hogar de Raúl lo esperaba: una casa azul por todos lados. La estructura marcada con el número 27 de la calle San Juan, colonia Valle de los Milagros, era una casa de dos plantas, con dos cuartos en la segunda planta; en la primera, el comedor y una enorme sala, en la que, como la espada en la piedra de T.H. White, reposaba un sillón enorme en el que se sentaban a ver su pasión, el fútbol. La casa se aderezaba con adornos en blanco y rojo, que hacían recordar, a Doña Lety, el origen francés de su familia. Todo sin contar los numerosos trofeos y diplomas de Raúl, aunados a los reconocimientos de Don Saúl por su trabajo.

Cuando Raúl entró vio todo normal y sintió un alivio relajante. Pero, al llegar a la sala, encontró a sus padres llorando atenazados el uno al otro. Su padre le decía a Doña Lety que no llorara, que todo saldría bien si seguía el tratamiento, además de que él no iba a dejarse vencer por una "pinche enfermedad", fuera la que fuere.

- No te preocupes, amor. Sabes que soy de acero y que nada me va a derrotar- expresó con los ojos brillosos-.

- ¡Te me vas a ir muy pronto! ¿Por qué, por qué, por qué?- exclamó hirviendo en furor y cuestionando la injusticia-.

Raúl se dejó caer de rodillas en el suelo, como Willen Dafoe en Pelotón, y se soltó a llorar de una manera que rompería el corazón a cualquiera de sólo mirarlo. Se acercó a sus padres y los abrazó. Con su familia soldada a él, Don Saúl los soltó, y, sin rodeos, y con los ojos brillosos, soltó el discurso que había preparado por si algo malo le pasaba:

-!A ver, eso les he enseñado!- gritó con fiereza-. Yo nunca les he enseñado a agachar la cabeza, siempre les he dicho que debemos ir "pa´dela". Hemos pasado por muchas cosas y por demasiados problemas y, sin embargo, aquí estamos, unidos. Como desde el día en que elegí ser el compañero de ésta mujer, que ha sido la mejor de las esposas, la mejor madre y la mejor compañera que he tenido. Y ser el maestro de este niño, que lo único que me ha dado son satisfacciones y orgullos. Soy el hombre más feliz del mundo en este momento y agradezco a la vida el haberme ofrecido ésta familia; la mejor del mundo. Así que, échenle "rivete" porque si ustedes no me ayudan, sólo no lo podré lograr - lo dijo de un tirón, con una voz cálida, segura y desafiante. Los tres se quedaron adheridos un rato. La casa azul con el número 27 de la calle san juan, colonia Valle de los Milagros, vivienda de la familia Valdivia, fue el único testigo.

Los siguientes meses fueron de lucha y sacrificio para los Valdivia. Las risas y los triunfos eran artificiales ante el inminente desenlace fatal que significaba el cáncer de pulmón que se había afincado en el interior del patriarca de la familia.

Raúl despertó del trance de milésimas de segundo en el que entró, para escuchar una voz sacada de una película de terror, que exclamó: ¡Te llegan! El "Garrincha" Valdivia se puso en posición de caparazón y cubrió el balón ante las embestidas de sus rivales. "Te voy a dar algo que nunca olvidarás, papá", pensó en ese momento. Entonces, recordó a Romario en el 5-0 del Barcelona al Real Madrid, el ocho de enero de 1994 en el Camp Nou. Miró a los dos defensas y, así como "El chapulín" miró a Fernando Hierro, anexó el balón a su pie derecho, para después, deslizarlo sutilmente con caño incluido entre ambos defensores.

Después de esa jugada, que levantó a la afición que estaba borracha de fútbol en las gradas del deportivo, quedó de frente al arco por la línea de meta. Los únicos obstáculos eran un par de defensas que habían regresado a marcar y el portero. De repente, escuchó una voz familiar, una voz que le dio paz y tranquilidad para continuar al ataque. ¡Te la regreso! Exclamó él. Alan, el mejor amigo de Raúl y complemento del dúo maravilla de "Los chicos de los milagros", club al que defendían desde hace años, siendo las figuras de una colonia entera. Y, esas palabras, que distendieron la preocupación, lo pusieron de nuevo en trance.

La lluvia estremecía el campo de entrenamiento de Valle de los milagros. Raúl y Alan llegaban juntos a entrenar, se regresaban juntos, iban juntos a la escuela, regresaban juntos de la escuela, en fin, todo juntos. Eran víctimas de bromas y burlas malintencionadas de parte de los demás compañeros de equipo. El resto del equipo eran jugadores de lucha, "picapiedras" dirían los argentinos, eran chicos que metían todo el partido la pierna, pero no sabían dar un pase. En esa tarde lluviosa, el profe Tachuela, flamante entrenador del equipo, que era un futbolista frustrado que no llegó a primera por una lesión en la espalda, y que siempre iba con pants de todos colores, ese día blanco, pedía enérgicamente tres pases seguidos.

-¡Miren a Raúl y Alan, cabrones!-, sentenció con vehemencia desfigurando la cara y manoteando como espantando moscas- ¡Son unos árboles caminando que sólo saben patear y empujar!, eso chavos, no es fútbol. Por eso no tienen amigos tampoco, siempre andan solos.

Uno de los otros jugadores, Ismael, no se sintió cómodo y se ofendió con ese comentario. Y cuestionó, con un tonito exasperado.

-¿Y eso que tiene que ver con el fútbol, profe?-, hablaba por los demás-. Si tengo amigos o no, ¿de qué manera el fútbol podrá ayudarme a conseguirlos?-, sentenció mirando a todos y los hizo preguntar lo mismo.

Tachuela se puso serio. Lo miró a los ojos y ,como si hubiera esperado un siglo para decirlo, con la cabeza levantada y el cuerpo erguido, marcó una parte de la vida de éstos jóvenes.

-Isma, ¿qué pendejadas dices, cabrón?- el aspecto teatral de Tachuela hizo que todos lo miraran con atención-, Si te digo que por eso no tienes amigos, es porque jamás han mirado a Rául y Alan. Jamás has visto cómo se ayudan con las vendas, con las espinilleras, se respetan los esfuerzos. No has visto nada. Eso es culpa mía por no habérselos dicho antes, pero... ¿Qué sabes tú de amistad, si nunca has devuelto una pared?

Las palabras penetraron en lo más profundo de los oídos y pensamientos del equipo. El resto de los chicos lamentó la insolencia hacia su técnico, mientras Ismael lloró en el hombro de Tachuela.

"¡Toca y te mueves!" Escuchó Raúl y , regresando del trance, le dio la confianza a ese que se la había ganado con años de amistad. Valdivia tocó hacia Alan dentro del área chica, mientras él hacia un movimiento en dirección del círculo del área grande. Alan iba demasiado rápido en la carrera, se estaba pasando al pase de Raúl, pero con esa maestría de los viejos diez de los ochenta, le dio un pase de taco dejándolo en posición de remate. Fue ahí, cuando Raúl desenfundó la pierna derecha y con la parte interna colocó el balón al segundo poste. El portero adornó la inolvidable estampa con un lance digno de Lev Yashin.

Raúl, "Garrincha", Valdivia, se desplomó dentro del campo después del gol. Sus compañeros y el entrenador se fueron encima de la figura. El título era de ellos, después de meses de sacrificio y sudor. Cuando se dio cuenta de lo que había pasado, Raúl, supo que esos no eran los abrazos que quería. Buscó a Don Saúl y lo abrazó como si tuvieran años sin verse. Fundidos en el emotivo abrazo y con lágrimas de toda la porra, mientras gritaban con euforia ¡Raúl, Raúl, Raúl! Doña Lety se unió al júbilo de su familia. Raúl se sentía libre, los relampagueantes recuerdos de una vida sin malicia lo llenaron de tranquilidad. La paz interior lo alcanzó tras darle a su padre lo que le había pedido.

Don Saúl, en ese momento, pronunció las palabras que su hijo recordaría por siempre.

-Gracias, hijo. No olvidaré este momento hasta que deje de existir. Ya me puedo ir en paz. Gracias, campeón-.




















lunes, 2 de junio de 2014

El arte de los sonidos

"¿Y la música?" Fue la pregunta de un "fan", al notar ausencia de ella en mis escritos. La respuesta fue desalentadora para él: "No me he sentido con confianza. Tengo lectores de todos estilos y, la verdad, no creo que lo que escriba de música agrade o interese a los que esperan algo especial desde hace tres semanas". Sin embargo, no pude evitarlo; es mi pasión y no iba a ceder ante lo que me quemaba los dedos. 

Pero antes, ¿Qué es la música? La música, que en griego significa el arte de las musas, es la perfecta coexistencia, unión, sinergia, acuerdo, convenio; es decir, el matrimonio o el hechizo perfecto entre los sonidos y el silencio. Una expresión artística que involucra el virtuosismo con la improvisación; que necesita de los cuatro elementos esenciales que deben converger, para así, poder llamarse música: armonía, melodía, ritmo y métrica. 

A través de los años, la música ha sido el desahogo para muchos y el consuelo para otros tantos. Se ha instalado como, probablemente, la máxima expresión de sentimientos. Sin embargo, con todo y que no es posible enmarcar su origen en una época histórica, es de conocimiento de muchos que en la prehistoria se usaban objetos para emitir sonidos, como un método de comunicación. Fue espectáculo de emperadores y reyes, además de tributo para los dioses en distintas épocas de la historia. 

El extraordinario Ludwig Van dijo una vez: " La música es una revelación mayor que toda la sabiduría y la filosofía". No conforme, afirmó lo siguiente: " La arquitectura es una música de piedras; y la música es una arquitectura de sonidos". 

Por su parte, el discípulo de Sócrates, promovió la enseñanza musical diciendo: "El entrenamiento musical es un instrumento más potente que cualquier otro, porque el ritmo y la armonía encuentran su camino en lo más profundo del alma". 

Y bueno, qué decir de lo contundentes de las palabras del hombre que sucumbió ante el caballo de Turín: " Sin música la vida sería un error". 

Puede ser, que quien no sabe leer un pentagrama, tocar un instrumento, distinguir los sonidos de los instrumentos en una pieza, medir el alcance vocal del cantante que escucha o diferenciar a un músico bueno de uno malo no esté familiarizado con los términos antes mencionados. Algo perfectamente condenable cuando una de las preguntas más utilizadas para "romper el hielo" entre desconocidos, es : ¿Qué música escuchas? A lo que le sigue una crítica y discusión cuando los gustos son distintos.

Bueno, con base en lo anterior, es imperativo decir el género musical que absorbe horas de mis viajes, y que se inserta en lo más profundo de mi, como una daga que se clava en mi corazón, el metal; rock en segundo plano; endulzado con blues,jazz y una pizca de música clásica. Aunque, insistiendo en el párrafo anterior, también reconozco a los grandes músicos, compositores y cantantes de otros géneros, aunque no me pase por la cabeza, ni por un segundo, oír lo que expresan como un aficionado más. Con esto respondo la segunda pregunta de mi lector. 

Después de estereotiparme, como lo hace a mayoría, contrariamente a todo lo que los demás profetizaron de mis siguientes líneas, no enalteceré lo que escucho- por lo menos hoy- y tampoco daré mayor trascendencia a lo que no me agrada con una crítica. Únicamente trato de que en los huecos libres, se reflexione sobre lo magnífico de este arte, que tiene límites infinitos. 

La música es una de las artes más accesibles y de las que más se disfrutan en este planeta. Es un arte que te hace reír, llorar, bailar, gritar, saltar,cantar, romper, maldecir, bendecir, implorar, festejar, alentar, beber, fumar, recordar, olvidar,encender, apagar, aprender, encontrar, pensar, inspirar, volar, vivir y hasta morir. Es una expresión sin reservas, es transparente. Puede desnudar personalidades y explicar patrones. Te puede llevar del cielo al infierno en un momento, te hace viajar en el tiempo, te puede convertir en un superhéroe o en un villano durante cinco minutos, en fin, puede hacer todo. 

Antes de que se me olvide, tenía una tercera pregunta: ¿Por qué elegiste ese género musical? La respuesta no es difícil. No nací eligiendo lo que quería, y aunque navegué en otros géneros para encajar en grupos de amigos o por meras modas, la respuesta es algo que dijo Rob Halford en 1988:

I´m a rocker 
And i´m always revvin up
I´m a rocker
I can never get enough
I´m a rocker
It´s something in my blood
I´m a rocker
Wouldn´t change it even if i could