lunes, 24 de agosto de 2015

Carta a Damián

Hola, Damián. Hola, hijo.

Supe que existías hace casi seis meses. Estaba afuera de un taller de serigrafía en Salamanca, esperando un saludo de tu mamá únicamente. Sin embargo, las condiciones no eran las óptimas, pues estaba con el teléfono conectado, porque se había quedado sin bateria, por el insignificante cable de tu tío Toño, que no mide más de 8 centímetros. Estaba pegado al enchufe, casi agachado. Tu madre lloraba y me decía que era inmensamente feliz, porque una gota de vida se había escapado de la nada. De pronto, en ese pequeño instante, encendiste en mí un relámpago de certeza: ya estabas ahí. Vivías. Fue como sentir en el pecho un disparo de una 357: fuerte, ensordecedor. Mi corazón se detuvo un momento. Cuando volvió a latir, con poderosos retumbes de sorpresa, no supe qué había pasado conmigo. Me encontré en un abismo de incertidumbre, tal vez de miedo. No creas que esos sentimientos, que me llenan de vergüenza a la hora de mencionarlos, eran para mí o para tu madre. Eran por tí, hijo. No miedo a que vivieras o a que existieras, porque las lágrimas de tu madre eran de una mujer plena, completa, sino de no saber si, aunque te deseaba desde hace tiempo, estaba listo para recibirte.

Ya no había marcha atrás, había ocurrido y ya estabas ahí. Le comunicaste a tu mami con sus náuseas y sus mareos, que te encontrabas dentro de ella, que eras ya una vida. No sé si querías nacer, si te haya gustado la idea desde el primer momento, o si te guste después, pero, ni hablar, te impongo, como a mi me lo hicieron al igual que a todos. Perdón por eso; porque no preguntamos tu opinión, ni sabemos si te gustará lo que veas después. Mi primer error de padre. Perdóname. Pero, si requieres alguna explicación, la única que te puedo dar: es que un amor como el de tu madre y el mío, merecía un fruto inolvidable, de eso, de amor, de convergencia. Porque, a pesar de que no hemos sido los mejores novios, tu madre y yo nos amamos. Y, aunque algo nos separara, nos vamos a amar hasta que dejemos de existir.

Después fuimos a la reconfirmación. Te vimos en una pantalla. Eras algo así como lo que se ve en los libros. Carlota decía que tenías ya una forma, tu madre también; aunque, te confieso algo, en ese momento no la vi. Era imposible saber si eras un niño o una niña, eras muy pequeño. Tu madre quería que fueras un niño. Yo, la verdad, no estaba seguro de qué. Lo único que te puedo asegurar es que, aunque no lo creas, fueras niño o niña, nos ibas a hacer muy felices. Tu madre, más que pensar en limitaciones, hizo una lista de las cosas que tenía que hacer para que estuvieras sano; déjame decirte, que las ha cumplido al pie de la letra, más que cualquier madre que haya conocido. Dirás que es una exagerada de la salud( y lo es), pero te aseguro que nada es para hacerte un daño; al contrario, quiere que seas el más sano del mundo.

Los dos llevamos una gran carga, hijo: tu madre la física; yo, la psicológica. Tu mamá tiene la responsabilidad de llevarte consigo todos los días. Te siente y te deja de sentir con felicidad y desagrado. Ella se dio cuenta de que no es un oficio ni un deber, sino que ejerció su derecho como mujer de traer a alguien más a este mundo. Al principio no quería comer para no engordar; después comió demasiado porque , tal vez, tú se lo exigías; al final terminó con una dieta, que le impuso Carlota, que la ha marginado de los placeres del arte culinario. Y así lo ha asumido, con mucha fuerza de voluntad, de la cual soy testigo. Además, se toma puntualmente sus medicinas y sus vitaminas que le han recetado para que estés bien. No hace movimientos bruscos; solamente cuando se pone a lavar su ropa. Y come atún, atún, atún y más atún. Pero está completamente segura, al igual que yo, que el día que nazcas será la única cita a ciegas en la que conocerá al amor de su vida.

Yo, hijo, por el contrario, llevo la carga del pensamiento. Tengo un trabajo que, si bien me da lo necesario para que tu madre tenga sus cosas y yo esté bien, no es lo que me gusta ni me asegura que con eso pueda cumplir todas tus necesidades. Estoy, junto con tu madre, buscando un pequeño lugar en donde vivamos los tres; no porque nos molesten tus abuelitos, sino porque es la mejor manera en que vamos a poder desenvolvernos en nuestros papeles. También, me abruma la idea de no saber si estoy listo para tomarte entre mis brazos. Dirás que soy un miedoso. Y sí, tal vez lo soy, pero no es miedo de mi, de lo que pueda pasar conmigo de ahora en adelante, sino de tener la duda de si soy el hombre que tengo que ser para guiarte, apoyarte y, cada vez que te caigas, levantarte. Sé que soy, como me lo dijo uno de mis maestros, una base de datos que necesita ser organizada. Que por estupideces mías, ha perdido muchísimo tiempo en sueños vacíos y en convicciones derrotadas. Me duele que sepas que durante mucho tiempo fui lo que yo no quiero que seas, pero sólo con la verdad es que puedo enseñarte lo dura que es la vida contigo cuando tomas malas decisiones.

Pero, hijo, no todos los que te rodeamos vivimos igual la espera. Por ejemplo, tus abuelitos Fabiola y Pablo, sólo piensan en qué te van a comprar, cómo te van a consentir y en lo felices que les hace la idea de su primer nieto antes de los 45 años. Tu abue Faby te está organizando tu primer fiesta. Sí, está pensando en los arreglos, la comida y en todo lo necesario para que salga perfecto. Lloró de la emoción cuando supo que ibas a nacer. Cada vez que te ve, le apachurra la panza a tu mami esperando que le des una patadita o algo así. Tu abue Pablo vive rodeado de mujeres, el simple hecho de saber que, el primer nieto real y de su sangre está por nacer, lo ha puesto a la tarea de comprarte tenis, ropa y muchas cositas. Cada vez que hablo con él me pregunta por tí.

Pero, también, tu abue María y tu abuelo José están contentísimos, al igual que tu tía Éricka. Te han puesto miles de sobrenombres y te hablan en todo momento. Preguntan siempre si te mueves o si estás de flojo; hasta se ponen celosos de que llegue y me des las patadas que a ellos no les das, o sólo les das cuando no estoy. te han comprado mucha ropa, en verdad mucha, quieren vestirte con cosas de deportes y bonitas. Tu abue José, todas las veces que habla por teléfono, antes de preguntar por tu mamá, pregunta por ti. Tu abue María, cada vez que llega tu mami, te habla a ti antes que a ella. Y tu tía Éricka, además de comprarte un álbum muy bonito, te da un beso cada que llega de la escuela.

Y tienes, además de tus bisabuelitas que , aunque no les gustó mucho la idea al principio, te van a adorar en cuánto te vean, una persona muy sui generis en tu familia. Tienes ahí a un señor que es el papá de tus tíos. Él aseguró como si fuera un brujo, que serías niño; morenito como tu madre y chino como tu bisabuelo José( otra persona que va a quererte mucho). Él no es tu abuelo, pero, creo, que te va a querer como si lo fuera. Tal vez me equivoque, pero cuando ve cosas de niño es el primero en decirle a tu abue Faby.

Eso no quiere decir que tus tíos: Toño, Rodrigo y Bárbara no te quieran. Te quieren y te esperan, pero están en una edad en la que no entienden el verdadero significado de tu llegada. Aunque no lo creas, al principio te verán casi como un primo más. Te van a hacer de maldades y te van a malcriar.

Con tu primo Andrés es diferente. Él está en la misma edad que tus tíos, pero vas a ser su única compañía en una casa que para él es solitaria, porque lo observan como algo que ya no es. Me parece que tu llegada abrirá otros caminos para él y, mientras estemos con tu familia materna, va a ser tu compañero de travesuras.

Creo que tu tío Jorge y tu tía Linda verán en tí un recuerdo. Sí, cuando te vean será imposible que no recuerden lo que el destino, que no tiene palabra de honor, les arrebató de las manos: a tu tía Daniela. Que, aprovecho para expresarlo, yo la quería mucho, porque siempre quería estar conmigo y me sonreía todas las veces que jugaba con ella. Dani, va a ser un angelito que te va a cuidar siempre.

Para terminar, hijo, vas a llegar, desgraciadamente, a una jungla. Sí, salvaje y traicionera. Un lugar en el que para sobrevivir debes de ser fuerte y confiar lo menos posible en las personas. Un sitio en el que los verdaderos amigos están escasos, por lo que deberás tener una precisión implacable para escogerlos. Un lugar lleno de peligros, de gente mala, envidiosa e insensible. Sin embargo, yo debo de hacer el trabajo de un guía; no digo maestro, porque las lecciones estoy seguro que me las darás tú a mi, no yo a ti. Sé que no puedo evitar que te caigas, te pegues, te cortes, o, en algún momento de tu vida, sufras, pero, lo que sí puedo hacer, es sacarte una sonrisa en los momentos malos, darte mi hombro para que llores y mi mano para que te levantes. Estar presente en todos tus triunfos, en los que me harás ser el papá más feliz y orgulloso del mundo; pero, sobre todo, en las derrotas, porque ahí es cuando se ven a las verdaderas personas que te quieren, hijo. Porque vas a perder alguna vez, no siempre se gana, y te vas a sentir frustrado y triste, te vas a sentir que eres un fracasado y que no sirves para nada, porque así se sienten las derrotas. Pero, hijo, jamás vas a ser un fracasado, ni un bueno para nada, siempre y cuando des lo mejor de tí en todo lo que hagas. Esa es una de las cosas que más quiero enseñarte, a dar todo, a morirte en la línea. Así, podrás ganar o perder, pero nunca dejaste de intentarlo, hijo.

No sé de qué sirvan estas líneas, no sé si sea un desahogo para mí. Lo único que sé, es que me sentía con la responsabilidad de dejarte un mensaje , que quedará, ojalá, para toda la vida, en el que sepas lo que sentía justo a un par de meses de que nacieras. No es todo lo que voy a enseñate, no todo lo que vamos a vivir, pero, es lo que sentía, hijo. Te prometo que, así como deseo enseñarte, voy a dejar todo de mí para que seas un hombre bueno, no un desalmado como yo una vez lo fui. Damián, hijo, te amo, y, como me lo enseñó tu abuelo Pablo( que, el tiempo que estuvimos juntos, siempre cumplió sus promesas): te prometo que voy a ser el hombre y el papá que se merecen tú y tu madre, que me voy a morir antes de que a ustedes les falte algo y, sobre todo, amarlos y estar con ustedes en las buenas, en las malas, en las mejores y en las peores.

Me despido, hijo, sólo para esperar tenerte en mis brazos y subirte a mi hombro como tu abuelo lo hacía conmigo mientras veíamos Dragon Ball Z. Te amo. Tu madre te ama. Todos te amamos, Damián.