domingo, 6 de julio de 2014

Tortura santificada

Carmen estaba asustada. Arrinconada en lo más profundo de la fúnebre casa en la que vivía. Sus padres peleaban como de costumbre, para su mala suerte. Trataba de escuchar música para abrumar el ruido de los gritos, pero no podía concentrarse en nada. La joven de 16 años, estudiante de preparatoria con un futuro brillante en las ciencias, no terminaba de adaptarse a los acontecimientos que sufría desde hace varios meses. Ahí, la vi por primera vez, me llamó con esa rabia contenida que tenía en su ser.

Su cabello, rojo como la sangre, cubría esos ojos tan azules que brillaban en la obscuridad, pero dejaban al descubierto la gotera de lágrimas que caía sobre el vestido rojo con puntos blancos, el cual había elegido ese día, para resaltar lo casi transparente de su delicada piel. Se levantó y comenzó a dar vueltas pensando en el ofrecimiento de desahogo amigable del padre Omar. Un joven sacerdote de 20 años que se había vuelto famoso en el pueblo de Laureles, por sus habilidades de "psicólogo".

El domingo Carmen asistió, como de costumbre, a la eucaristía que ofrecía el padre Omar; dio su limosna y lo esperó para poder conversar. El padre Omar la dejó esperando más de una hora, mientras terminaba su labor en el confesionario de la iglesia de San Martín de Porres. Carmen esperó sentada en las bancas de la iglesia, observando la obsesiva perfección de la arquitectura del inmueble. Las enormes imágenes de los santos, la virgen de Guadalupe, el techo adornado con una pintura , tal vez vaticana, que su tridimensionalidad transportaba a la batalla entre el bien y el mal que representa.

Cuando Omar terminó sus labores y se acercó a Carmen, ella estaba en otro planeta. Se encontraba alejada de su cuerpo ensayando las palabras que le pronunciaría al párroco para que intentara ayudarla. Omar estaba de buenas, como siempre:

-Hola, Carmen-, saludó.

 Y con un aire cariñoso que adoptan los adultos cuando se dirigen a los niños, preguntó- ¿Qué te pasa hija? Te veo desorientada y abandonada.

Carmen comenzó a despedir un diluvio de lágrimas sobre el sacerdote y le contó los últimos ocho meses de su vida. Omar estaba atónito, Carmen desgarraba su voz y desnudaba sus sentimientos ante una persona con la que era la primera vez que cruzaba más de dos palabras; después de la invitación fallida al grupo religioso hacía más de cuatro meses. El sacerdote se levantó flamante y convencido, puso cara de empatía y le dijo:

-Carmelita, únete a nosotros. Platica con el grupo y dale una parte de tu vida a Dios, que te lo agradecerá de la mejor manera.- Habló lento y tomó ambas manos de la pelirroja. Carmen, sintió un poderoso alivio y encontró un bálsamo, un escape, para la difícil situación que atravesaba. Respondió con un abrazo impetuoso.

No obstante, el abrazo no significó lo mismo para ambos. Carmen abrazaba la libertad, emergía de sus extremidades la esperanza de que Dios le mostrara el camino, más bien la indiferencia. Mientras que el clérigo sufrió un espasmo en el estomago, una aceleración cardíaca y de respiración. La coronó con una convulsión en los testículos que no sentía desde los 15 años.

Pasaron un par de meses en los que Carmen se entregó en cuerpo y alma a las tareas religiosas,   además de hablar con sus padres para resolver los problemas que la habían llevado a, casi, abandonar su vida como una joven estudiante brillante de preparatoria, para dedicarse en cuerpo y alma al omnipotente. Siempre llevada de la mano de Omar.

El presbítero organizó una fiesta para todos los involucrados en el grupo de los "Legionarios del Santo Negro", para conmemorar el aniversario del trabajo social y entregar cuentas a los altos mandos eclesiásticos. La fiesta se llevó a cabo en la hacienda "Ojo de Agua"(lugar designado como vivienda de los párrocos de la iglesia del pueblo de Laureles).

La comida fue agradable, al igual que las conversaciones. Carmen, fanática de los deportes, llevó un balón de basquetbol para promover la convivencia entre los integrantes del grupo, con un partido amistoso. Omar, y sus monaguillos contra las chicas del grupo. Todos estuvieron de acuerdo en la elección de los equipos, sin pensar en desventajas físicas, se trataba de una actividad lúdica.

Con las mujeres ganando el partido por amplio margen, todo era risas y diversión. Con dos minutos por jugar, el equipo de hombres tenía cercada la canasta para las mujeres. Carmen quería, sin embargo, atravesar la cerca que le habían impuesto para anotar. La pelirroja cubrió el balón de espaldas a la canasta, mientras Omar defendía. En ese momento, Omar no pudo dejar de ver las curvas perfectamente moldeadas de Carmen, que se acercaban peligrosamente hacia él. El clérigo sintió de nuevo esos espasmos en el estómago y una excitación que lo envolvió por todo el cuerpo. El padre, totalmente frenético de lujuria y con el falo totalmente duro, se acercó a las curvas de Carmen intentando penetrarla por encima de los jeans que vestía. La embistió con fuerza desmedida.

Carmen sintió una punzada en las nalgas y volteó sorprendida de lo que había sucedido. Omar se hizo el desentendido, para que Carmen no pensara que había sido intencional. El juego terminó y las miradas entre ambos cambiaron. La pelirroja estaba sorprendida e incómoda. El padre estaba apenado, aunque, el deseo se apoderó de él y la miraba con lujuria, ávido de sexo y húmedo hasta las rodillas. No se volvieron a ver en dos semanas..

Carmen, por más inocente que fuera, sabía que lo que había sentido era el miembro del padre. Lo había sentido lleno de sangre y listo para perforarla si se le presentaba otra oportunidad. La revolución que había causado el grupo en su vida, la obligó a hablar con Omar a solas sobre el incidente; dejarle en claro que no podían ser más que compañeros de grupo. Además, de cuestionarlo sobre la castidad y el juramento de entregarse a Dios. Decidió visitarlo a "Ojo de Agua"

Atravesó el bazar entero, que dividía su casa de la parroquia de San Martín de Porres, con un caminar apenado, también, desconsolado. La decepción que le causó Omar, con esa arremetida pecaminosa, la abrumó de desesperanza. Posteriormente tomó un camión que la dejaría en la puerta de la hacienda. Vistió discreta para no provocar malentendidos ni deseos impuros en el cura. Jeans azules y converse de lona, cubrían la parte inferior de su cuerpo; una playera de manga larga, sin escote, de color negro y un suéter también obscuro, la parte superior. Se veía hermosa, tal vez más que otras veces.

Al llegar a Ojo de Agua, cansada de meditar las palabras que estaba por pronunciar; además de la postura seria que debía adoptar, pensó más de diez ocasiones antes de tocar el timbre. Lo hizo al fin. El cura abrió la puerta y la miró con ojos de interminable obscenidad. Carmen se sintió incómoda. Caminaron por el largo pasillo que llevaba a la casa, que parecía un pozo sin fondo. Atravesaron los jardines perfectamente podados de y miraron la fuente; una escultura de querubín con un cántaro al hombro, que se encontraba a mitad del camino, y era utilizada por Omar para sentarse. En esos instantes nadie pronunció ninguna palabra, por lo tanto, no se posaron sobre la fuente.

Comenzaba a obscurecer cuando arribaron a la casa. El desvaneciente día alumbró una pequeña chispa de luz a ambos, mientras el párroco sacó las llaves de sus jeans para abrir la puerta. Antes de abrir, se acomodó la chamarra de mezclilla, que cubría una playera de cuello en "V" color blanco que llevaba. Se sacudió las botas de casquillo negras y le dio el paso a Carmen. La pelirroja aceptó, mas no podía dejar de lado los extraños pensamientos, además de sentir el peligro de que: la persona que se pondría detrás de ella, cuando pasara, era la misma que había tratado de atravesarla con la ropa puesta. Carmen entró, temerosa, y, antes de que pudiera pronunciar alguna de las palabras que tanto había analizado en su mente, sintió un enorme dolor en la cabeza. De repente todo se volvió negro a su alrededor.

 Cuando despertó estaba desnuda. Acostada, amarrada de brazos y piernas a las esquinas de una cama, con un intenso dolor en la cabeza y una gotera, de un líquido que emanaba de ella, que le humedecía la cabeza. Omar entró al cuarto con los ojos vendados, no podía ver la desnudez de la pelirroja en todo su esplendor. Con las piernas abiertas, el maquillaje corrido y pesadumbre en la mirada. En ese momento ,rompió el silencio:

-Te desnudé con los ojos vendados. Créeme, no he visto nada de tu cuerpo sin prenda que lo cubra.-, lo dijo temeroso, avergonzado y confundido.

-¿Por qué me haces esto, Omar?- dijo la pelirroja con una voz temerosa, pero exigiendo una explicación.-Pensé que ibas a ayudarme, pero quieres violarme, ¿Ya se te olvidó el juramento que le hiciste a Dios?

-¡Cállate!- Gritó con furia el padre.

-Omar, ¿En qué momento comenzaste a desearme de esta manera?- Carmen suavizó la voz, quería ganar tiempo.

-Desde el primer día que te vi, Carmen- lo dijo con un suspiro de muchacho enamorado. - Pero no quiero que hables- sentenció el padre.

Omar se quitó la venda. Cuando vio por fin esos enormes ojos azules, que un día expresaban ternura, estaban llenos de resentimiento. Observó el rostro virginal de la pelirroja, en el que se se fundían la inocencia y el encanto. Miró la estilizada, flexible, hermosa y virgen figura de Carmen en todo su esplendor; con las piernas abiertas haciéndole crecer el hambre de carne que lo albergaba. EL padre siguió observando con mucha atención a Carmen.

El clérigo observó con fiereza a la pelirroja(aunque por un momento quiso escapar, pero no lo hizo). Lo que miró, le provocó unas sensaciones extrañas. contempló la pálida piel de Carmen, mirando todo eso que conocía de memoria, pero, lo que no conocía lo alteró. Cuando le miró los senos; de tamaño aceptable y una forma exquisitamente bien hecha, agradeció. Admiró ese par de protuberancias de color rosa que emergían del centro de cada uno de los pechos de la pelirroja. Después, bajó la mirada y vió el sexo de Carmen, cubierto por un arbusto de color rojo, casi imperceptible si se miraba de lejos.
El padre estaba extasiado, no le quedaba sangre en las piernas para moverse. Además, el miembro estaba por explotarle y los testículos se le ponían morados.

El padre se olvidó de cualquier norma y comenzó a tocarla sutilmente, como un animal palpando una nueva superficie. Posteriormente se puso ansioso y apretó cada centímetro del torso de Carmen. La lastimaba. Después de tocar, el presbítero comenzó a oler el cuerpo de la pelirroja.

Después del torso, el padre avanzó hacia los muslos de Carmen. Tras mirarla, comenzó a inhalar el humo de su sexo, una niebla provocativa que salía de su flor de loto. Totalmente en el clímax del placer olfativo, comenzó a balbucear frases aisladas.

-Hueles como los ángeles deberían oler-, jadeaba Omar incesantemente. El iris estaba totalmente extraviado de sus ojos embriagado de placer y, esperando, la hora de poder hacer suyo el monumento que veía, tocaba y olía.

-Déjame por favor- , suplicó Carmen llorando, con una voz tenue y delicada.- ¿Acaso no eres un hombre de Dios?-. Preguntó en Son de chantaje, e intentando persuadir al presbítero.

- ¿¡Quieres a Dios!? ¡Pues te voy a dar a Dios!-. Gritó con furia, que, al parecer, había contenido desde la infancia.

Omar salió del cuarto y llegó a su recámara. Ahí, colgado, se encontraba un crucifijo de madera, de medio metro de altura; que había traído de un viaje a Brasil. Lo descolgó con fuerza y lo miró como una madre a su primogénito recién nacido. Cerró los ojos, contó como hasta cinco, con el viento azotando las ventanas, sin embargo, era como si el aire ahí fuera diferente. Conducía fuerzas y espíritus demoníacos.

Al llegar al cuarto, el padre miró a Carmen luchar por zafarse de las ataduras de sus extremidades. Entonces, para que dejara de luchar, tomó el crucifijo que había descolgado de su sala y lo introdujo en la vagina de la pelirroja, desgarrando toda la piel que se encontró a su paso. Los gritos infernales de Carmen retumbaban en el cielo y en el viento.

-Grita todo lo que quieras- dijo Omar, alzando la mirada un poco por las rodillas de Carmen-. Aquí no se escucha ningún ruido, sólo el viento.

¿Esto es el sexo? ¿Por eso es que Dios lo prohíbe? ¿Se trata de sufrir sin disfrutar? - Pensó Carmen, y, en tal caso, era lo peor que había en el mundo, el sexo.

Lo que restó de la noche, fue sumisa ante las enajenadas embestidas de Cristo y de Omar, en la vagina, el ano y la boca. Omar parecía un animal, el más depravado de la historia. Su perversión llegó al punto de querer hacerle orificios en el cuerpo que no existían, además de agrandar los orificios más pequeños del mismo.

Omar jugó con su falo por todo el cuerpo de Carmen durante toda la noche. El cura bañó de lágrimas a Carmen por todo el cuerpo. La hizo probarlo a él y a sí misma. Como si fuera una cobra, el padre dejó salir todo el veneno que llevaba contenido, desde hace unos años y sus toqueteos solitarios de la pubertad y la adolescencia. Yo lo hago todavía, cuando veo mujeres como Carmen.

Carmen acabó fundida, extraviada. Se sentía perdida en todos los sentidos. Pero tenía lo que me alimenta: rabia. Después de que Omar la desamarró y fue a sus labores de cura, Carmen estaba sentada en la orilla de la cama, todavía bañada de fluidos y sangre. Pensaba en cómo vengarse. Entonces, aparecí delante de ella. Y le dije:

-Hola, Carmen-. me miró atónita, jamás había visto la perfección en su vida.

-¿Quién eres tú? ¿También vienes a cogerme como un animal?-, preguntó Carmen, con una voz resignada, lista para volver a dejar que profanaran su cuerpo.

-No, yo sí vengo a salvarte, hija.- la tranquilicé con mi voz y le ofrecí mis brazos.

-¿Quién eres?- , me preguntó con calma; sabía que la salvaría.

- Tengo muchos nombres. Pero tú, puedes llamarme Lucifer o papá....