domingo, 6 de julio de 2014

Tortura santificada

Carmen estaba asustada. Arrinconada en lo más profundo de la fúnebre casa en la que vivía. Sus padres peleaban como de costumbre, para su mala suerte. Trataba de escuchar música para abrumar el ruido de los gritos, pero no podía concentrarse en nada. La joven de 16 años, estudiante de preparatoria con un futuro brillante en las ciencias, no terminaba de adaptarse a los acontecimientos que sufría desde hace varios meses. Ahí, la vi por primera vez, me llamó con esa rabia contenida que tenía en su ser.

Su cabello, rojo como la sangre, cubría esos ojos tan azules que brillaban en la obscuridad, pero dejaban al descubierto la gotera de lágrimas que caía sobre el vestido rojo con puntos blancos, el cual había elegido ese día, para resaltar lo casi transparente de su delicada piel. Se levantó y comenzó a dar vueltas pensando en el ofrecimiento de desahogo amigable del padre Omar. Un joven sacerdote de 20 años que se había vuelto famoso en el pueblo de Laureles, por sus habilidades de "psicólogo".

El domingo Carmen asistió, como de costumbre, a la eucaristía que ofrecía el padre Omar; dio su limosna y lo esperó para poder conversar. El padre Omar la dejó esperando más de una hora, mientras terminaba su labor en el confesionario de la iglesia de San Martín de Porres. Carmen esperó sentada en las bancas de la iglesia, observando la obsesiva perfección de la arquitectura del inmueble. Las enormes imágenes de los santos, la virgen de Guadalupe, el techo adornado con una pintura , tal vez vaticana, que su tridimensionalidad transportaba a la batalla entre el bien y el mal que representa.

Cuando Omar terminó sus labores y se acercó a Carmen, ella estaba en otro planeta. Se encontraba alejada de su cuerpo ensayando las palabras que le pronunciaría al párroco para que intentara ayudarla. Omar estaba de buenas, como siempre:

-Hola, Carmen-, saludó.

 Y con un aire cariñoso que adoptan los adultos cuando se dirigen a los niños, preguntó- ¿Qué te pasa hija? Te veo desorientada y abandonada.

Carmen comenzó a despedir un diluvio de lágrimas sobre el sacerdote y le contó los últimos ocho meses de su vida. Omar estaba atónito, Carmen desgarraba su voz y desnudaba sus sentimientos ante una persona con la que era la primera vez que cruzaba más de dos palabras; después de la invitación fallida al grupo religioso hacía más de cuatro meses. El sacerdote se levantó flamante y convencido, puso cara de empatía y le dijo:

-Carmelita, únete a nosotros. Platica con el grupo y dale una parte de tu vida a Dios, que te lo agradecerá de la mejor manera.- Habló lento y tomó ambas manos de la pelirroja. Carmen, sintió un poderoso alivio y encontró un bálsamo, un escape, para la difícil situación que atravesaba. Respondió con un abrazo impetuoso.

No obstante, el abrazo no significó lo mismo para ambos. Carmen abrazaba la libertad, emergía de sus extremidades la esperanza de que Dios le mostrara el camino, más bien la indiferencia. Mientras que el clérigo sufrió un espasmo en el estomago, una aceleración cardíaca y de respiración. La coronó con una convulsión en los testículos que no sentía desde los 15 años.

Pasaron un par de meses en los que Carmen se entregó en cuerpo y alma a las tareas religiosas,   además de hablar con sus padres para resolver los problemas que la habían llevado a, casi, abandonar su vida como una joven estudiante brillante de preparatoria, para dedicarse en cuerpo y alma al omnipotente. Siempre llevada de la mano de Omar.

El presbítero organizó una fiesta para todos los involucrados en el grupo de los "Legionarios del Santo Negro", para conmemorar el aniversario del trabajo social y entregar cuentas a los altos mandos eclesiásticos. La fiesta se llevó a cabo en la hacienda "Ojo de Agua"(lugar designado como vivienda de los párrocos de la iglesia del pueblo de Laureles).

La comida fue agradable, al igual que las conversaciones. Carmen, fanática de los deportes, llevó un balón de basquetbol para promover la convivencia entre los integrantes del grupo, con un partido amistoso. Omar, y sus monaguillos contra las chicas del grupo. Todos estuvieron de acuerdo en la elección de los equipos, sin pensar en desventajas físicas, se trataba de una actividad lúdica.

Con las mujeres ganando el partido por amplio margen, todo era risas y diversión. Con dos minutos por jugar, el equipo de hombres tenía cercada la canasta para las mujeres. Carmen quería, sin embargo, atravesar la cerca que le habían impuesto para anotar. La pelirroja cubrió el balón de espaldas a la canasta, mientras Omar defendía. En ese momento, Omar no pudo dejar de ver las curvas perfectamente moldeadas de Carmen, que se acercaban peligrosamente hacia él. El clérigo sintió de nuevo esos espasmos en el estómago y una excitación que lo envolvió por todo el cuerpo. El padre, totalmente frenético de lujuria y con el falo totalmente duro, se acercó a las curvas de Carmen intentando penetrarla por encima de los jeans que vestía. La embistió con fuerza desmedida.

Carmen sintió una punzada en las nalgas y volteó sorprendida de lo que había sucedido. Omar se hizo el desentendido, para que Carmen no pensara que había sido intencional. El juego terminó y las miradas entre ambos cambiaron. La pelirroja estaba sorprendida e incómoda. El padre estaba apenado, aunque, el deseo se apoderó de él y la miraba con lujuria, ávido de sexo y húmedo hasta las rodillas. No se volvieron a ver en dos semanas..

Carmen, por más inocente que fuera, sabía que lo que había sentido era el miembro del padre. Lo había sentido lleno de sangre y listo para perforarla si se le presentaba otra oportunidad. La revolución que había causado el grupo en su vida, la obligó a hablar con Omar a solas sobre el incidente; dejarle en claro que no podían ser más que compañeros de grupo. Además, de cuestionarlo sobre la castidad y el juramento de entregarse a Dios. Decidió visitarlo a "Ojo de Agua"

Atravesó el bazar entero, que dividía su casa de la parroquia de San Martín de Porres, con un caminar apenado, también, desconsolado. La decepción que le causó Omar, con esa arremetida pecaminosa, la abrumó de desesperanza. Posteriormente tomó un camión que la dejaría en la puerta de la hacienda. Vistió discreta para no provocar malentendidos ni deseos impuros en el cura. Jeans azules y converse de lona, cubrían la parte inferior de su cuerpo; una playera de manga larga, sin escote, de color negro y un suéter también obscuro, la parte superior. Se veía hermosa, tal vez más que otras veces.

Al llegar a Ojo de Agua, cansada de meditar las palabras que estaba por pronunciar; además de la postura seria que debía adoptar, pensó más de diez ocasiones antes de tocar el timbre. Lo hizo al fin. El cura abrió la puerta y la miró con ojos de interminable obscenidad. Carmen se sintió incómoda. Caminaron por el largo pasillo que llevaba a la casa, que parecía un pozo sin fondo. Atravesaron los jardines perfectamente podados de y miraron la fuente; una escultura de querubín con un cántaro al hombro, que se encontraba a mitad del camino, y era utilizada por Omar para sentarse. En esos instantes nadie pronunció ninguna palabra, por lo tanto, no se posaron sobre la fuente.

Comenzaba a obscurecer cuando arribaron a la casa. El desvaneciente día alumbró una pequeña chispa de luz a ambos, mientras el párroco sacó las llaves de sus jeans para abrir la puerta. Antes de abrir, se acomodó la chamarra de mezclilla, que cubría una playera de cuello en "V" color blanco que llevaba. Se sacudió las botas de casquillo negras y le dio el paso a Carmen. La pelirroja aceptó, mas no podía dejar de lado los extraños pensamientos, además de sentir el peligro de que: la persona que se pondría detrás de ella, cuando pasara, era la misma que había tratado de atravesarla con la ropa puesta. Carmen entró, temerosa, y, antes de que pudiera pronunciar alguna de las palabras que tanto había analizado en su mente, sintió un enorme dolor en la cabeza. De repente todo se volvió negro a su alrededor.

 Cuando despertó estaba desnuda. Acostada, amarrada de brazos y piernas a las esquinas de una cama, con un intenso dolor en la cabeza y una gotera, de un líquido que emanaba de ella, que le humedecía la cabeza. Omar entró al cuarto con los ojos vendados, no podía ver la desnudez de la pelirroja en todo su esplendor. Con las piernas abiertas, el maquillaje corrido y pesadumbre en la mirada. En ese momento ,rompió el silencio:

-Te desnudé con los ojos vendados. Créeme, no he visto nada de tu cuerpo sin prenda que lo cubra.-, lo dijo temeroso, avergonzado y confundido.

-¿Por qué me haces esto, Omar?- dijo la pelirroja con una voz temerosa, pero exigiendo una explicación.-Pensé que ibas a ayudarme, pero quieres violarme, ¿Ya se te olvidó el juramento que le hiciste a Dios?

-¡Cállate!- Gritó con furia el padre.

-Omar, ¿En qué momento comenzaste a desearme de esta manera?- Carmen suavizó la voz, quería ganar tiempo.

-Desde el primer día que te vi, Carmen- lo dijo con un suspiro de muchacho enamorado. - Pero no quiero que hables- sentenció el padre.

Omar se quitó la venda. Cuando vio por fin esos enormes ojos azules, que un día expresaban ternura, estaban llenos de resentimiento. Observó el rostro virginal de la pelirroja, en el que se se fundían la inocencia y el encanto. Miró la estilizada, flexible, hermosa y virgen figura de Carmen en todo su esplendor; con las piernas abiertas haciéndole crecer el hambre de carne que lo albergaba. EL padre siguió observando con mucha atención a Carmen.

El clérigo observó con fiereza a la pelirroja(aunque por un momento quiso escapar, pero no lo hizo). Lo que miró, le provocó unas sensaciones extrañas. contempló la pálida piel de Carmen, mirando todo eso que conocía de memoria, pero, lo que no conocía lo alteró. Cuando le miró los senos; de tamaño aceptable y una forma exquisitamente bien hecha, agradeció. Admiró ese par de protuberancias de color rosa que emergían del centro de cada uno de los pechos de la pelirroja. Después, bajó la mirada y vió el sexo de Carmen, cubierto por un arbusto de color rojo, casi imperceptible si se miraba de lejos.
El padre estaba extasiado, no le quedaba sangre en las piernas para moverse. Además, el miembro estaba por explotarle y los testículos se le ponían morados.

El padre se olvidó de cualquier norma y comenzó a tocarla sutilmente, como un animal palpando una nueva superficie. Posteriormente se puso ansioso y apretó cada centímetro del torso de Carmen. La lastimaba. Después de tocar, el presbítero comenzó a oler el cuerpo de la pelirroja.

Después del torso, el padre avanzó hacia los muslos de Carmen. Tras mirarla, comenzó a inhalar el humo de su sexo, una niebla provocativa que salía de su flor de loto. Totalmente en el clímax del placer olfativo, comenzó a balbucear frases aisladas.

-Hueles como los ángeles deberían oler-, jadeaba Omar incesantemente. El iris estaba totalmente extraviado de sus ojos embriagado de placer y, esperando, la hora de poder hacer suyo el monumento que veía, tocaba y olía.

-Déjame por favor- , suplicó Carmen llorando, con una voz tenue y delicada.- ¿Acaso no eres un hombre de Dios?-. Preguntó en Son de chantaje, e intentando persuadir al presbítero.

- ¿¡Quieres a Dios!? ¡Pues te voy a dar a Dios!-. Gritó con furia, que, al parecer, había contenido desde la infancia.

Omar salió del cuarto y llegó a su recámara. Ahí, colgado, se encontraba un crucifijo de madera, de medio metro de altura; que había traído de un viaje a Brasil. Lo descolgó con fuerza y lo miró como una madre a su primogénito recién nacido. Cerró los ojos, contó como hasta cinco, con el viento azotando las ventanas, sin embargo, era como si el aire ahí fuera diferente. Conducía fuerzas y espíritus demoníacos.

Al llegar al cuarto, el padre miró a Carmen luchar por zafarse de las ataduras de sus extremidades. Entonces, para que dejara de luchar, tomó el crucifijo que había descolgado de su sala y lo introdujo en la vagina de la pelirroja, desgarrando toda la piel que se encontró a su paso. Los gritos infernales de Carmen retumbaban en el cielo y en el viento.

-Grita todo lo que quieras- dijo Omar, alzando la mirada un poco por las rodillas de Carmen-. Aquí no se escucha ningún ruido, sólo el viento.

¿Esto es el sexo? ¿Por eso es que Dios lo prohíbe? ¿Se trata de sufrir sin disfrutar? - Pensó Carmen, y, en tal caso, era lo peor que había en el mundo, el sexo.

Lo que restó de la noche, fue sumisa ante las enajenadas embestidas de Cristo y de Omar, en la vagina, el ano y la boca. Omar parecía un animal, el más depravado de la historia. Su perversión llegó al punto de querer hacerle orificios en el cuerpo que no existían, además de agrandar los orificios más pequeños del mismo.

Omar jugó con su falo por todo el cuerpo de Carmen durante toda la noche. El cura bañó de lágrimas a Carmen por todo el cuerpo. La hizo probarlo a él y a sí misma. Como si fuera una cobra, el padre dejó salir todo el veneno que llevaba contenido, desde hace unos años y sus toqueteos solitarios de la pubertad y la adolescencia. Yo lo hago todavía, cuando veo mujeres como Carmen.

Carmen acabó fundida, extraviada. Se sentía perdida en todos los sentidos. Pero tenía lo que me alimenta: rabia. Después de que Omar la desamarró y fue a sus labores de cura, Carmen estaba sentada en la orilla de la cama, todavía bañada de fluidos y sangre. Pensaba en cómo vengarse. Entonces, aparecí delante de ella. Y le dije:

-Hola, Carmen-. me miró atónita, jamás había visto la perfección en su vida.

-¿Quién eres tú? ¿También vienes a cogerme como un animal?-, preguntó Carmen, con una voz resignada, lista para volver a dejar que profanaran su cuerpo.

-No, yo sí vengo a salvarte, hija.- la tranquilicé con mi voz y le ofrecí mis brazos.

-¿Quién eres?- , me preguntó con calma; sabía que la salvaría.

- Tengo muchos nombres. Pero tú, puedes llamarme Lucifer o papá....





sábado, 21 de junio de 2014

Gracias, campeón.

Mañana soleada. Indescriptible brisa matinal que refrescaba la ira de Ra, Helios o como quieran llamarle. El lugar: una cancha de fútbol; en medio de una ciudad camaleónica, así como enigmática. En la cancha transcurría el minuto 78 de un partido a 80( sí, los jóvenes juegan a 80) . Raúl conducía el balón por la banda, sin nadie que lo acompañara debido al cansancio, por lo que buscó retener el balón hasta que se acabara el encuentro; ganaban 2 a 1. "Garrincha", como le puso su abuelo en honor al brasileño de los sesenta por su endemoniado regate, esquivó un par de patadas para poder avanzar.

Raúl llevó el balón hacia el cuarto de círculo que marca el tiro de esquina. Probablemente, los defensas le darían una patada o estrellaría el balón en ellos para que se acabase el tiempo. En el momento en que tomó posición para cubrir la pelota, como lo hacían Riquelme y Cuauhtémoc, miró hacia un costado. Ahí, sentado en las gradas, se encontraba su padre, Don Saúl. Un señor de 47 años acabado casi totalmente por el cáncer. Vestía una playera de Francia, jeans de color azul bastante ajustados, piel blanca como el marfil y ojos del color del pan de jengibre. Aunque lo que más se notaba era el cansancio y la poca energía que le quedó después de la quimioterapia de tres días antes. Don Saúl miró a su hijo con ternura y emoción, como si fuera la primera vez que lo hubiera visto, con ese orgullo que provoca tener en tu familia a la mejor de las personas.

"Garrincha" se quedó atónito al ver la mirada de su padre. Una neblina xalapeña lo envolvió y, súbitamente, su inercia lo abandonó por un momento. Quería abrazarlo, agradecerle los más felices momentos de su vida y dormir en su regazo como en los viejos tiempos. Sin embargo, un par de bestias buscando su presa se acercaban a él para arrebatarle el juguete que más amó en toda su vida.  Su padre no podía gritar, ni hablar, pero con sus efusivos labios alcanzó a pronunciar unas palabras que Raúl leyó en ellos, o bien, que el viento se encargó de llevar a sus oídos: ¡Dale, campeón! ¡Demuéstrales que eres el mejor, hijo! ¡Dame algo para recordar toda la eternidad!

Después de las palabras de su padre y de derramar millones de lágrimas en el interior de su alma, las visiones de Raúl se volvieron atrás. Meses atrás.

Raúl regresaba de la escuela como todos los días, a las catorce horas, para hacer su tarea y después ir a entrenar. Esa tarde era especial, porque su padre había ido en la mañana a hacerse unas pruebas médicas debido a un fuerte dolor en la garganta. Su madre, Doña Lety, minimizó el asunto para no preocupar a nadie;en realidad, para no preocuparse. Sin embargo, el pronóstico no era bueno. Don Saúl fumó 35 cigarros al día durante 32 años y había tenido dolores en el pecho y en la espalda, además de frenéticos ataques de tos que le impedían, siquiera, subir las escaleras de su casa sin agitarse.

El hogar de Raúl lo esperaba: una casa azul por todos lados. La estructura marcada con el número 27 de la calle San Juan, colonia Valle de los Milagros, era una casa de dos plantas, con dos cuartos en la segunda planta; en la primera, el comedor y una enorme sala, en la que, como la espada en la piedra de T.H. White, reposaba un sillón enorme en el que se sentaban a ver su pasión, el fútbol. La casa se aderezaba con adornos en blanco y rojo, que hacían recordar, a Doña Lety, el origen francés de su familia. Todo sin contar los numerosos trofeos y diplomas de Raúl, aunados a los reconocimientos de Don Saúl por su trabajo.

Cuando Raúl entró vio todo normal y sintió un alivio relajante. Pero, al llegar a la sala, encontró a sus padres llorando atenazados el uno al otro. Su padre le decía a Doña Lety que no llorara, que todo saldría bien si seguía el tratamiento, además de que él no iba a dejarse vencer por una "pinche enfermedad", fuera la que fuere.

- No te preocupes, amor. Sabes que soy de acero y que nada me va a derrotar- expresó con los ojos brillosos-.

- ¡Te me vas a ir muy pronto! ¿Por qué, por qué, por qué?- exclamó hirviendo en furor y cuestionando la injusticia-.

Raúl se dejó caer de rodillas en el suelo, como Willen Dafoe en Pelotón, y se soltó a llorar de una manera que rompería el corazón a cualquiera de sólo mirarlo. Se acercó a sus padres y los abrazó. Con su familia soldada a él, Don Saúl los soltó, y, sin rodeos, y con los ojos brillosos, soltó el discurso que había preparado por si algo malo le pasaba:

-!A ver, eso les he enseñado!- gritó con fiereza-. Yo nunca les he enseñado a agachar la cabeza, siempre les he dicho que debemos ir "pa´dela". Hemos pasado por muchas cosas y por demasiados problemas y, sin embargo, aquí estamos, unidos. Como desde el día en que elegí ser el compañero de ésta mujer, que ha sido la mejor de las esposas, la mejor madre y la mejor compañera que he tenido. Y ser el maestro de este niño, que lo único que me ha dado son satisfacciones y orgullos. Soy el hombre más feliz del mundo en este momento y agradezco a la vida el haberme ofrecido ésta familia; la mejor del mundo. Así que, échenle "rivete" porque si ustedes no me ayudan, sólo no lo podré lograr - lo dijo de un tirón, con una voz cálida, segura y desafiante. Los tres se quedaron adheridos un rato. La casa azul con el número 27 de la calle san juan, colonia Valle de los Milagros, vivienda de la familia Valdivia, fue el único testigo.

Los siguientes meses fueron de lucha y sacrificio para los Valdivia. Las risas y los triunfos eran artificiales ante el inminente desenlace fatal que significaba el cáncer de pulmón que se había afincado en el interior del patriarca de la familia.

Raúl despertó del trance de milésimas de segundo en el que entró, para escuchar una voz sacada de una película de terror, que exclamó: ¡Te llegan! El "Garrincha" Valdivia se puso en posición de caparazón y cubrió el balón ante las embestidas de sus rivales. "Te voy a dar algo que nunca olvidarás, papá", pensó en ese momento. Entonces, recordó a Romario en el 5-0 del Barcelona al Real Madrid, el ocho de enero de 1994 en el Camp Nou. Miró a los dos defensas y, así como "El chapulín" miró a Fernando Hierro, anexó el balón a su pie derecho, para después, deslizarlo sutilmente con caño incluido entre ambos defensores.

Después de esa jugada, que levantó a la afición que estaba borracha de fútbol en las gradas del deportivo, quedó de frente al arco por la línea de meta. Los únicos obstáculos eran un par de defensas que habían regresado a marcar y el portero. De repente, escuchó una voz familiar, una voz que le dio paz y tranquilidad para continuar al ataque. ¡Te la regreso! Exclamó él. Alan, el mejor amigo de Raúl y complemento del dúo maravilla de "Los chicos de los milagros", club al que defendían desde hace años, siendo las figuras de una colonia entera. Y, esas palabras, que distendieron la preocupación, lo pusieron de nuevo en trance.

La lluvia estremecía el campo de entrenamiento de Valle de los milagros. Raúl y Alan llegaban juntos a entrenar, se regresaban juntos, iban juntos a la escuela, regresaban juntos de la escuela, en fin, todo juntos. Eran víctimas de bromas y burlas malintencionadas de parte de los demás compañeros de equipo. El resto del equipo eran jugadores de lucha, "picapiedras" dirían los argentinos, eran chicos que metían todo el partido la pierna, pero no sabían dar un pase. En esa tarde lluviosa, el profe Tachuela, flamante entrenador del equipo, que era un futbolista frustrado que no llegó a primera por una lesión en la espalda, y que siempre iba con pants de todos colores, ese día blanco, pedía enérgicamente tres pases seguidos.

-¡Miren a Raúl y Alan, cabrones!-, sentenció con vehemencia desfigurando la cara y manoteando como espantando moscas- ¡Son unos árboles caminando que sólo saben patear y empujar!, eso chavos, no es fútbol. Por eso no tienen amigos tampoco, siempre andan solos.

Uno de los otros jugadores, Ismael, no se sintió cómodo y se ofendió con ese comentario. Y cuestionó, con un tonito exasperado.

-¿Y eso que tiene que ver con el fútbol, profe?-, hablaba por los demás-. Si tengo amigos o no, ¿de qué manera el fútbol podrá ayudarme a conseguirlos?-, sentenció mirando a todos y los hizo preguntar lo mismo.

Tachuela se puso serio. Lo miró a los ojos y ,como si hubiera esperado un siglo para decirlo, con la cabeza levantada y el cuerpo erguido, marcó una parte de la vida de éstos jóvenes.

-Isma, ¿qué pendejadas dices, cabrón?- el aspecto teatral de Tachuela hizo que todos lo miraran con atención-, Si te digo que por eso no tienes amigos, es porque jamás han mirado a Rául y Alan. Jamás has visto cómo se ayudan con las vendas, con las espinilleras, se respetan los esfuerzos. No has visto nada. Eso es culpa mía por no habérselos dicho antes, pero... ¿Qué sabes tú de amistad, si nunca has devuelto una pared?

Las palabras penetraron en lo más profundo de los oídos y pensamientos del equipo. El resto de los chicos lamentó la insolencia hacia su técnico, mientras Ismael lloró en el hombro de Tachuela.

"¡Toca y te mueves!" Escuchó Raúl y , regresando del trance, le dio la confianza a ese que se la había ganado con años de amistad. Valdivia tocó hacia Alan dentro del área chica, mientras él hacia un movimiento en dirección del círculo del área grande. Alan iba demasiado rápido en la carrera, se estaba pasando al pase de Raúl, pero con esa maestría de los viejos diez de los ochenta, le dio un pase de taco dejándolo en posición de remate. Fue ahí, cuando Raúl desenfundó la pierna derecha y con la parte interna colocó el balón al segundo poste. El portero adornó la inolvidable estampa con un lance digno de Lev Yashin.

Raúl, "Garrincha", Valdivia, se desplomó dentro del campo después del gol. Sus compañeros y el entrenador se fueron encima de la figura. El título era de ellos, después de meses de sacrificio y sudor. Cuando se dio cuenta de lo que había pasado, Raúl, supo que esos no eran los abrazos que quería. Buscó a Don Saúl y lo abrazó como si tuvieran años sin verse. Fundidos en el emotivo abrazo y con lágrimas de toda la porra, mientras gritaban con euforia ¡Raúl, Raúl, Raúl! Doña Lety se unió al júbilo de su familia. Raúl se sentía libre, los relampagueantes recuerdos de una vida sin malicia lo llenaron de tranquilidad. La paz interior lo alcanzó tras darle a su padre lo que le había pedido.

Don Saúl, en ese momento, pronunció las palabras que su hijo recordaría por siempre.

-Gracias, hijo. No olvidaré este momento hasta que deje de existir. Ya me puedo ir en paz. Gracias, campeón-.




















lunes, 2 de junio de 2014

El arte de los sonidos

"¿Y la música?" Fue la pregunta de un "fan", al notar ausencia de ella en mis escritos. La respuesta fue desalentadora para él: "No me he sentido con confianza. Tengo lectores de todos estilos y, la verdad, no creo que lo que escriba de música agrade o interese a los que esperan algo especial desde hace tres semanas". Sin embargo, no pude evitarlo; es mi pasión y no iba a ceder ante lo que me quemaba los dedos. 

Pero antes, ¿Qué es la música? La música, que en griego significa el arte de las musas, es la perfecta coexistencia, unión, sinergia, acuerdo, convenio; es decir, el matrimonio o el hechizo perfecto entre los sonidos y el silencio. Una expresión artística que involucra el virtuosismo con la improvisación; que necesita de los cuatro elementos esenciales que deben converger, para así, poder llamarse música: armonía, melodía, ritmo y métrica. 

A través de los años, la música ha sido el desahogo para muchos y el consuelo para otros tantos. Se ha instalado como, probablemente, la máxima expresión de sentimientos. Sin embargo, con todo y que no es posible enmarcar su origen en una época histórica, es de conocimiento de muchos que en la prehistoria se usaban objetos para emitir sonidos, como un método de comunicación. Fue espectáculo de emperadores y reyes, además de tributo para los dioses en distintas épocas de la historia. 

El extraordinario Ludwig Van dijo una vez: " La música es una revelación mayor que toda la sabiduría y la filosofía". No conforme, afirmó lo siguiente: " La arquitectura es una música de piedras; y la música es una arquitectura de sonidos". 

Por su parte, el discípulo de Sócrates, promovió la enseñanza musical diciendo: "El entrenamiento musical es un instrumento más potente que cualquier otro, porque el ritmo y la armonía encuentran su camino en lo más profundo del alma". 

Y bueno, qué decir de lo contundentes de las palabras del hombre que sucumbió ante el caballo de Turín: " Sin música la vida sería un error". 

Puede ser, que quien no sabe leer un pentagrama, tocar un instrumento, distinguir los sonidos de los instrumentos en una pieza, medir el alcance vocal del cantante que escucha o diferenciar a un músico bueno de uno malo no esté familiarizado con los términos antes mencionados. Algo perfectamente condenable cuando una de las preguntas más utilizadas para "romper el hielo" entre desconocidos, es : ¿Qué música escuchas? A lo que le sigue una crítica y discusión cuando los gustos son distintos.

Bueno, con base en lo anterior, es imperativo decir el género musical que absorbe horas de mis viajes, y que se inserta en lo más profundo de mi, como una daga que se clava en mi corazón, el metal; rock en segundo plano; endulzado con blues,jazz y una pizca de música clásica. Aunque, insistiendo en el párrafo anterior, también reconozco a los grandes músicos, compositores y cantantes de otros géneros, aunque no me pase por la cabeza, ni por un segundo, oír lo que expresan como un aficionado más. Con esto respondo la segunda pregunta de mi lector. 

Después de estereotiparme, como lo hace a mayoría, contrariamente a todo lo que los demás profetizaron de mis siguientes líneas, no enalteceré lo que escucho- por lo menos hoy- y tampoco daré mayor trascendencia a lo que no me agrada con una crítica. Únicamente trato de que en los huecos libres, se reflexione sobre lo magnífico de este arte, que tiene límites infinitos. 

La música es una de las artes más accesibles y de las que más se disfrutan en este planeta. Es un arte que te hace reír, llorar, bailar, gritar, saltar,cantar, romper, maldecir, bendecir, implorar, festejar, alentar, beber, fumar, recordar, olvidar,encender, apagar, aprender, encontrar, pensar, inspirar, volar, vivir y hasta morir. Es una expresión sin reservas, es transparente. Puede desnudar personalidades y explicar patrones. Te puede llevar del cielo al infierno en un momento, te hace viajar en el tiempo, te puede convertir en un superhéroe o en un villano durante cinco minutos, en fin, puede hacer todo. 

Antes de que se me olvide, tenía una tercera pregunta: ¿Por qué elegiste ese género musical? La respuesta no es difícil. No nací eligiendo lo que quería, y aunque navegué en otros géneros para encajar en grupos de amigos o por meras modas, la respuesta es algo que dijo Rob Halford en 1988:

I´m a rocker 
And i´m always revvin up
I´m a rocker
I can never get enough
I´m a rocker
It´s something in my blood
I´m a rocker
Wouldn´t change it even if i could 




lunes, 5 de mayo de 2014

El color del amor

El amor es uno de los misterios más grandes de la humanidad. A lo largo de la historia se han contado un sin fin de narraciones que implican este tema. Aunque, no fue sino hasta el comienzo de la era moderna que el amor tomó un lugar privilegiado en el escenario de la discusión. Entonces, el amor, ese gran proyecto de la era cristiana; que es inspiración para los poetas, no tiene una respuesta decisiva al valor universal del significado del término. 

 Por ello, las historias que se cuentan acerca de él son, han sido y probablemente, serán  muy subjetivas. Nunca hay una verdad absoluta sobre algo que el humano siente y expresa de manera diferente. A pesar de ello, el glorioso momento en el que me topé de frente con la historia de amor en la que Adéle y Emma desafían al mundo y a ellas mismas, no pude evitar reflexionar y escribir acerca de lo que vi en ese momento.

Adéle es una chica de quince años, de clase media, con una belleza extraordinaria, belleza natural, que corrobora sin maquillaje alguno. Apasionada de la lectura; una soñadora en tiempos de pesadillas. Adéle estudia la preparatoria y sueña con algún día ser maestra de preescolar, dado su amor por los niños; tiene problemas existenciales - casi como cualquier adolescente de esa edad-, aunque tiene claros sus objetivos y el papel que juega en la sociedad, así se mantiene estable en un mundo basado en las apariencias. 

Todo cambia, en el momento que conoce a Emma.Una lesbiana con experiencia, que estudia arte en la universidad. El cabello corto, de un color azul deslumbrante, y una exquisita belleza natural, es decir, también peleada a muerte con los cosméticos. Además de su cultura y de su visión liberal de afrontar la vida, Emma es una mujer con confianza y seductora, algo que Adéle jamás había vivido tan cerca.

En ese instante, Adéle comienza a cuestionarse a sí misma acerca de su sexualidad y se da cuenta de que encontró el amor en una persona inesperada. El juicio de la sociedad la obliga a, por un momento, ahogar el amor en una tormenta de apariencias que amenazan con destruir su vida, lo que la pone en una encrucijada y la obliga a tomar una decisión que cambiará su vida para siempre. 

Es entonces, cuando un poco asustada y sin entender todavía si era amor o una fantasía lo que sentía, Adéle decide tomar el cielo de la palma de la mano de Emma. Comienzan a vivir su amor sin ningún tipo de ataduras y se adentran en una lucha social y familiar, con el concepto de: para poder ser feliz, hay que sobrepasar miles de obstáculos; cada rosa tiene su espina. 

Fue así como Adéle Y Emma comenzaron a dar rienda suelta a su ser. Encontraron su propia verdad y dejaron que los demás vivieran sin importar lo que pensaran de ellas. Dejaron que la luz guiara su camino a través de la vida, todo para poder crear su propio paraíso e incrustarlo en las arenas movedizas que significaba la sociedad para ellas. Con ternura y salvajismo se sumergieron en una pasión absorbente, hasta para quien lo mira de afuera.  

Esta historia tiene un giro de tuerca sugestivo en todo sentido, y retrata de manera sumamente auténtica las relaciones amorosas humanas. La narración que todos deberían conocer, está retratada de manera magistral en el guión de la francesa Julie Maroh. Guión que fuera puesto en pantallas con el virtuosismo del  franco-tunecino Abdelallatif Keniche en la película francesa de 2013, ganadora de La Palma de Oro en el Festival de Cannes, "La Vida de Adéle". 

Esta película es un triunfo a la verdad. La manera tan explícitamente frontal en la que se desarrolla, es abrumadora en todo sentido; remueve demasiadas emociones desde sus primeros minutos, aunque a pesar de eso, tiene tintes de ternura en muchos pasajes. Las actuaciones son poderosas, inteligentes, explosivas y conmovedoras. Diálogos severamente reales; poco que decir ante la inteligencia y la reflexión que te provoca cada línea que expresan los personajes ante las situaciones. 

Un logro del director Keniche, fue endulzar la intensidad que planteó en sus personajes,con paisajes a contra luz- al más puro estilo de Terrence Malick-, para crear una atmósfera de belleza, no sólo en el ambiente, sino en los personajes, dejando una estela emocional que desarma a las mentes más cerradas. Todo para llevarnos a un clímax con unas escenas de sexo casi inéditas en el cine de los últimos años. 

Una película que puede ser placentera y dolorosamente real, desde el punto de vista en el que se le mire. Una obra maestra que hace al espectador ponerse de rodillas ante una de las mejores historias de amor jamás filmadas. Con una obsesión por el detalle, que parece hasta bizarra de la perfección lograda. Los elogios son pocos para este hito del amor que encaja en cualquier época, en cualquier sociedad y ojalá en cualquier persona.

5 de 5 estrellas.   

Después de verla, se darán cuenta de que Le bleu est une couleur chaude.  





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viernes, 25 de abril de 2014

La pelota vs La vida

Las malas noticias llegan en todo momento, prueba fehaciente de que el destino no tiene palabra de honor. Tenía pensado escribir otra cosa, pero, ésto fue lo que pasó...

Un día de vacaciones normal, nada extraordinario; sin embargo, salí a la tienda a comprar unos cigarros, cuando se me acercó un conocido para informarme de la muerte del mejor jugador de futbol que había visto en mi vida - omitiré el nombre por respeto-. 

Lamenté el hecho. Pensé mucho. Tomé mi balón de futbol, que tenía tiempo que no tocaba. Respiré lo más profundo que pude y comencé a recordar... A recordarlo a él. A ese joven delgado, de tez morena y con un cabello lacio que invitaba a burlarse de él. 1.75m de estatura, con piernas muy largas. Con una cara y sonrisa simpáticas, aunque mirada desangelada la mayoría del tiempo. Sólo cuando estaba en la cancha tenía el porte de figura, mirada retadora y personalidad respetable.  Y bueno, imposible olvidar esa número 10 que se le dio en todos los equipos en los que jugó, en honor a su ídolo, al francés que sólo utilizaba el número de honor con la selección gala. 

Llegó a mi mente el momento en el que entrenábamos juntos. Cuando el único que no podía faltar en los partidos, era él. Cuando le pusieron Riquelme, en honor al gran Román. Y, por supuesto, aquel momento del ofrecimiento de América, el cual rechazó, momento en el que jamás olvidaré las palabras que pronunció: " Los mandé a chingar a su madre, carnal. Yo ya tengo trabajo". 

Lamentablemente lo tenía. Él, al igual que yo, vivimos en un lugar maldito, en el que sólo hay dos caminos: en el que te respetan por ser un animal y te condenan por querer buscar algo diferente. Muchos fuimos por el mismo sendero hasta la llegada de aquella cuchilla, ésa que definía el papel que jugarías en tu vida, ésa que emancipa o encarcela. Y él decidió tomar el camino más sencillo. 

Recordé, cómo un nítido sueño, la vez que conocí su casa. Aquella ocasión en la que caminamos después del partido por los callejones resbaladizos después de la lluvia, con la humedad de la noche impregnando el aire como compañera hasta llegar a su casa, una casa espectral. 

Una fachada de color naranja rodeada por láminas que hacían las veces de "paredes"en las otras tres caras de aquel cuadro semiperfecto que enmarcaba la propiedad. Con una antena televisiva tan grande que parecía un árbol dentro de la casa. En ese lugar se avergonzó de su vida, se enojó con la misma y maldijo al dios que yacía en su pecho en forma de plata, sólo para decirme que haría lo que fuera, mientras pudiera, para salirse de ese "cuchitril" al que llamaba casa. 

Me consternó en demasía su actitud. Una muestra de odio y de resentimiento hacia lo que le tocó como vida, un rechazo agobiante, que me llevó a agradecer lo que tenía. Todo eso sentí mientras él me sofocaba con su monólogo de "la vida perfecta". 

Poco después lo vi en una motocicleta, con ropa de marca y los tenis de moda entre los habitantes del barrio,  con una altivez que jamás había mostrado y un semblante de autoridad sobre quien lo mirara. Se detuvo a saludarme y me miró como diciendo: "Ya viste, ya lo conseguí". Me dio gusto ver una sonrisa; sin embargo, el arma que colgaba de su cintura me llamó la atención , y pregunté: ¿ Y eso ?  La respuesta fue contundente: "Ya sabes cabrón, ahora me tengo que cuidar. 

Fue cuando me di cuenta de lo que había pasado, de la elección que había hecho. Él, había decidido vivir el peligro, sentir la adrenalina.Había decidido vivir con tiros en la obscuridad y un ojo cerrado, había decidido liberarse de la asfixia de la miseria, a costa de lo que fuera, que iba a reclamar su derecho de haber nacido en un lugar que no era para él. En ese momento vi la ironía, aquél que tenía una gran velocidad para dejar rivales sembrados en el campo, no la había sabido controlar y chocó de frente contra el muro de la vida. 

Yo creí que eso era lo que él tenía que hacer, que lo había hecho por su familia. Lo entendí por un momento y me identifiqué con él, sólo en eso de no temer a la muerte, sólo tener miedo a no intentarlo nunca. Aunque después, en mi cabeza encontré lo que había pasado: había sido seducido por el más grande vicio del mundo, sí, ése que convierte a amigos en enemigos, que destrona las relaciones más sólidas, que hasta obliga a las estrellas a separarse, el dinero. 

Al final, aunque duela decirlo, tuvo lo que merecía. Después de brillar en ligas llaneras, de hacer lo que parecía sólo para jugadores profesionales, de reunir a un barrio únicamente para verlo jugar, tan sólo a los 15 años. Lo más increíble, fue que de esa persona con chispa y carisma para jugar y vivir, sólo queda una cruz y una foto al lado de ella junto a la misma casa en la que antes vivía. Una tragedia clásica incrustada en el mundo moderno, marcada por un exceso de inteligencia, que fue perfecto para las canchas, pero no para la vida. 


A veces se gana y a veces se pierde en esa batalla, la de La pelota vs La vida.